En una casa grande, se encuentra un señor llamado Ignacio, un arqueólogo de 60 años que quiere ver un objeto que recién llego a su estudio. Se supone que el objeto que recién había llegado era una mano dorada, y está estaba acomodada boca abajo con las manos extendidas. El arqueólogo revisa con atención la mano y va identificado como unos símbolos curiosos que tiene y que no había visto antes. El arqueologo va revisando con lupa los símbolos de la mano y nota que tiene varios símbolos con una iconografía parecida a la egipcio. Sin embargo, el nota que parecen decir algo que no se nota con precisión. Empieza a notar que dicen ciertas frases como una plegaria hacia un dios. El arqueólogo deja su lupa y busca en su celular a su contacto amigo, otro arqueólogo llamado Luis que le pide un consejo. El le dice: Ignacio tienes que irte, esa mano pertenece a una escultura de un faraon antiguo. Debes de ir a otra parte donde estés más seguro. Entonces, Ignacio guarda sus cosas en una maleta y decide llevarse con el la mano. La guarda en su maleta y va hacia otra parte y decide hospedarse en un hotel. Renta una habitación grande y se guarda en ella. En ese momento, cuando se empieza a dormir, escucha unos ruidos extraños en la puerta como unos golpes. En ese momento, Ignacio se levanta de su cama y va hacia la puerta y mira por el agujero de la puerta. Ve afuera una escultura de un faraon dorado que le empieza a decir cosas en egipcio. Entonces Ignacio busca la mano en su maleta y se la da al faraon. El faraon le habla con voz clara: muchas gracias. Entonces, el faraon se cierra en un sarcófago dorado y se va volando hacia el cielo.
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